Se trate de un ejercicio metaficcional de los lectores, o de algún maligno azar, últimamente ciertos maestros de la literatura ven sus identidades distorsionadas. Ahí tenemos esa teoría conspirativa que formula que Shakespeare y Cervantes eran la misma persona.

Pero más sorprendente aún, es el caso de Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes. Su fama literaria no lo salvaría de ser centro de graves acusaciones.

 

Arthur fue médico, patriota, masón y espiritista. La muerte de su hijo tras la primera Guerra Mundial, lo llevó a volcarse en el esoterismo. Creía en la magia y en hechos paranormales. En su necesidad de creer que lo sobrenatural está presente en este mundo (algo que jamás aceptó su personaje más célebre), defendió la veracidad de las hadas de Cottingley. Un fraude elaborado por dos niñas, con recortes de papel sujetos por alfileres para sombreros y cierta habilidad para el montaje fotográfico. Con la misma ingenuidad, defendió las fotografías de fantasmas trucadas por William Hope. Asombra que quien nos diera un detective tan astuto, fuera tan cándido.

cottingleyEinmalige-Nutuzng-zu-besprechung-des-11william hope

Algunos, más desconfiados, especularon que fue Arthur Conan Doyle el artífice de un fraude que desconcertó a los científicos por décadas. Charles Dawson era un arqueólogo amateur, famoso por su habilidad para encontrar fósiles (un periódico de la época lo apodó “el mago de Sussex”). Su talento le valió ser admitido como miembro de la Sociedad de Anticuarios de Londres. En 1908 un trabajador de la cantera de Piltdown encontró lo que parecía un cráneo humano, y se lo hizo llegar a Dawson. Cuatro años más tarde presentó el supuesto cráneo del “eslabón perdido”, el cual habría vivido hace 500 mil años. Estaba compuesto por el cráneo que apareciera en 1908, y otros fragmentos que había recolectado en los años siguientes. El hallazgo interesó mucho a Arthur Smith Woodward, director del departamento geológico del Museo Británico. Ambos visitaron la cantera, encontrando más restos óseos. Smith Woodward afirmó que la mandíbula (que el describió como “idéntica a la de un chimpancé joven”), y el cráneo casi humano eran la prueba del eslabón evolutivo entre el simio y el humano moderno. El Hombre de Piltdown fue cuestionado y celebrado por igual, y el debate sobre su autenticidad no paró de crecer, hasta que en 1953 se determinó que era un fraude. Para hacer el fósil se usaron la calavera de un hombre medieval, la mandíbula inferior de un orangután de quinientos años de antigüedad, y dientes de chimpancé. Fueron tratados con una solución de hierro y ácido crómico, para aparentar antigüedad. Las sospechas recayeron en Dawson, pero también en otras personalidades de la época: Pierre Teilhard de Chardin, Arthur Keith, Martin A. C. Hinton, y Arthur Conan Doyle.

Este último jugaba al golf en esa área e incluso lo había llevado a Dawson en su coche. Sus motivos habrían sido mofarse de los evolucionistas así como de los científicos que desdeñaban sus creencias esotéricas. Pero en realidad, si alguien tuvo la pericia para falsificar el cráneo, y la ambición de llegar a ser reconocido por la comunidad científica de la época, ése era Dawson.Piltdown_gang_(dark)

 

La siguiente acusación es más grave que el fraude. El asesinato de su amigo, el escritor y periodista Bertram Fletcher Robinson. Con el único fin de enterrar el secreto acerca del verdadero autor de “El sabueso de los Baskerville”. Conan Doyle habría tenido un amorío con la esposa de Fletcher y la habría persuadido para que lo envenene. Esta teoría fue impulsada por Rodger Garrick-Steele, un ex psicólogo, convertido en investigador aficionado. Once años de “estudios” a correspondencia privada, testamentos y certificados de defunción dieron como resultado un libro de 446 páginas (La casa de los Baskerville). En él Garrick-Steele traza un Conan Doyle calculador, perseguido por la inseguridad de no ser el autor de su obra más reconocida. Sería Fletcher quien habría escrito el original, a pedido de Conan Doyle. Abrumado por el éxito de la novela, temeroso de que su amigo revelara su autoría, el escocés habría tramado junto con su amante la muerte de Fletcher. Como prueba más contundente se señala que hay sospechosas similitudes entre una novela escrita por Robinson en 1900, Aventura en Dartmoor, y El sabueso de los Baskerville, firmada por Conan Doyle un año después. En la primera edición de “El sabueso…”, Conan Doyle le agradece a Robinson “la ayuda que me ha prestado durante la evolución de la novela”. Esta dedicatoria fue eliminada de las siguientes ediciones. Tal fue la insistencia de Rodger Garrick-Steele, que logró que se exhumaran los restos de Fletcher Robinson. La causa oficial de muerte del periodista fue una fiebre tifoidea, pero para Garrick-Steele fue el láudano el causante del deceso. Lo cierto es que en 2006, los restos de Fletcher fueron analizados, y no hubo rastro de veneno alguno.

Police monitoring a suspect

Por último, y por lejos la más espeluznante de las acusaciones, son los crímenes de Whitechapel atribuídos a Arthur. Para algunos ripperólogos las muestras caligráficas de las cartas firmadas por Jack el Destripador coinciden con la letra de Conan Doyle. Para completar el perfil suman sus conocimientos de medicina, su infancia difícil (su padre era alcohólico), y la relevancia que cobraban sus obras a los ojos del público, que veía en su realidad cotidiana hechos que parecían salidos de una historia de Sherlock Holmes.

Resulta paradójico cómo la propia fascinación por el misterio, termina agraviando la memoria de uno de los autores más importantes del género.