Si partimos del pensamiento carlyleano, podemos afirmar que cada época tuvo o tiene su héroe. Obviamente el historiador Thomas Carlyle (1795-1881) se refería a los héroes de la realidad y no a los ficticios y sin embargo, el culto heroico de la ficción no hace más que reflejar la realidad que vivimos.

Si el victoriano Carlyle hubiera vivido un poco más, habría visto cómo se consolidaba esa nueva fuerza, que llamamos ficción; con cada nueva novela por entregas, con cada cuento. La ficción fue desde entonces – y por primera vez en la historia- un hecho.

El arquetipo del detective

Holmes And Watson

Dentro de la prolífica literatura decimonónica  nació un nuevo género: la literatura policíaca. No es casual que la novela o el cuento policial surjan en una época de grandes cambios sociales. El ritmo aceleradísimo de urbanización, el transporte colectivo, la decadencia de la aristocracia, el humo de las fábricas como una niebla eterna en barrios hacinados y mal iluminados, son propicios para el crimen. A la vez que los avances científicos, en campos como la medicina forense y la disposición de cuerpos de seguridad como Scotland Yard propician o deberían, la resolución del crimen. Por esto el héroe de la ficción de la época victoriana, y hasta los años 20 será el detective, el sabueso implacable capaz de resolver el crimen perfecto con sólo mirar un sombrero, y que tendrá como máximo exponente a Sherlock Holmes. Los detectives de la ficción son necesarios no sólo por sus extraordinarias habilidades deductivas sino porque ningún crimen queda impune. Ellos prometen seguridad.

El arquetipo del superhéroe

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Ya en los años 30, en pleno período de entreguerras y en pleno auge de la crisis, el crimen organizado y el espionaje, la figura del detective es desplazada por la del superhéroe del comic. El comic es un formato en el que convergen el texto impreso y la imagen, lo que curiosamente demuestra o anticipa la transición de lo literario a la preponderancia del universo audiovisual .El superhéroe parece ofrecer la seguridad que la policía no puede, al tener habilidades sobrehumanas aunque la inteligencia ya no sea un requisito indispensable para convertirse en un héroe de ficción. Un caso de transición sería el de Batman, que originalmente aplicaba el método deductivo para vencer a sus enemigos (al punto de llevar el apelativo del “detective más grande del mundo”).

Desde entonces sólo hemos visto diversificarse los viejos arquetipos. Hay también una fascinación por el misterio y lo sobrenatural como si esto nos abstrajera de una realidad aún más temible.

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Ahora vemos los arquetipos del detective y del superhéroe más humanizados, como ocurre en la cosmogonía alanmoorista.

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Tal vez el nuevo arquetipo sea un antihéroe, el hombre descastado que se enfrenta al establishment,  y puede que fracase en su intento por sobrevivir. La ficción es más realista que nunca. Y más desoladora. Porque ya no se trata de resolver crímenes o impedirlos, sino de sobrevivir. Porque tal vez ya nadie puede protegernos más que nosotros mismos.