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Una pluma, por favor

Superposiciones temporales

Con todo lo que la idea del viaje en el tiempo nos halaga, es una idea relativamente moderna. Múltiples avances tecnológicos y cambios sociales ocurrieron antes de que la ficción se atreviera a soñar con la posibilidad de estos viajes imposibles. Más precisamente, debemos esperar hasta  1895, año en que Herbert George Wells  inaugura el género con “La máquina del tiempo”.  Wells mantuvo las cosas simples: no insertó paradojas temporales, que constituyen la armazón de tanta ciencia ficción de los últimos cien años. El siglo XX (que empezó con Einstein diciendo –deduciendo- que el tiempo es relativo) nos traería los protagonistas duplicados, y los presentes alterados por las acciones de los viajeros en el pasado (El ruido de un trueno de Bradbury), entre otras espeluznantes derivaciones.

Una dinámica muy trillada -aunque no menos efectiva-  lleva al protagonista a encontrarse con grandes personajes de la historia. Sin embargo, este artilugio ya lo había intentado Alighieri en su Divina Comedia, cuando Dante es conducido por Virgilio a través de los círculos del infierno y por el purgatorio.

 

Si bien la literatura y la cultura popular han asociado el concepto del viaje temporal con los dispositivos que lo hacen posible, la noción de que podemos esquivar el tiempo cronológico es anterior a las innovaciones científicas, y no depende de ninguna máquina. Usualmente, tras un largo sueño, el viajero se despierta en otra época. Tiene sentido que ya en la Antigüedad se considere esta variante (por ejemplo en la historia de los Siete durmientes de Éfeso). Después de todo, en nuestra vida diaria experimentamos de forma distinta el tiempo de la vigilia y el del sueño. Si no somos conscientes del tiempo pasando, entonces éste no pasa (para nosotros, claro). Otras veces el sueño no es tan amable, y tiene que más que ver con las pesadillas provocadas por la fiebre o la locura.

Es el caso de “La Noche Boca Arriba” de Cortázar, donde un hombre a punto de morir se sueña en un tiempo muy distante. El protagonista de “Un habitante de Carcosa”, de Ambrose Bierce, despierta tras una enfermedad en un paisaje nuevo y extraño.

En “El Otro” de Borges, el narrador tiene un encuentro fortuito con una versión joven de sí mismo. El autor recurre a la superposición temporal sin más, pero también al sueño. Para el joven Borges (concluye el narrador) el incidente tiene lugar en un sueño, explicando así cómo el Borges actual no puede recordar lo que ya vivió hace más de cincuenta años.

También es el sueño lo que trasporta al granjero Rip Van Winkle (W. Irving) veinte años hacia el futuro. Pero este es un sueño literal, donde el hombre se queda dormido bajo la sombra de un árbol, antes de la revolución y se despierta luego de ésta, cuando Estados Unidos ya es una nación independiente, entre otros sucesos inquietantes.

Sin embargo, Estados Unidos no siempre ganó la guerra de Independencia. En “Fue a echar una ojeada a los caballos” de H. Beam Piper, el diplomático Benjamin Bathurst desapareció de su presente para aparecer accidentalmente en una realidad alternativa donde el mapa político es bastante… alternativo.  Nada de lo que el recuerda, ocurrió.

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Finalmente, en el cuento “Dragón” de Ray Bradbury, un vericueto espacio-temporal superpone la distancia de un milenio en un instante fatal.

La tentación de revisitar nuestras decisiones pasadas, de saber qué nos espera como especie en los siglos venideros, o de ser parte de la Historia que aparece en los libros, siempre nos acompañará. Viajando en una máquina, o despertando de una siesta centenaria, los autores nos invitan a imaginar ese “qué pasaría si”. Y quién sabe, quizá no sea solo imaginación. Pensemos en el propio Bierce, quien desapareció de nuestro tiempo, sin dejar rastro, un día del año 1914.

Humboldt: a 250 años de su nacimiento

Hoy se cumplen 250 años del nacimiento de Alexander von Humboldt.

En este mundo globalizado y ecológicamente amenazado, su perspectiva holista es actual y necesaria.humboldt 25

“En los bosques del Río Amazonas y en las crestas de los altos Andes reconocí, como animado por un hálito, de polo a polo sólo hay una vida infusa en las piedras, las plantas y los animales, y en el pecho henchido del hombre.”

Humboldt pensaba al planeta como un todo hace ya más de 200 años. Una posición de vanguardia si tenemos en cuenta que en su época la relación del hombre con la naturaleza era como explotador y no como explorador. La naturaleza era solo una fuente de recursos para el homo œconomicus.

“Aquí, en medio del nuevo continente, uno se acostumbra prácticamente a ver al ser humano como algo que no pertenece necesariamente al orden de la naturaleza. Esta visión de la naturaleza viva, en la que el ser humano es nada, tiene algo de sorprendente y de deprimente.”

Cuando vino a América, no lo hizo como conquistador, ni colonialista, ni como misionero o militar. No representaba a institución alguna. Vino como científico.

Estaba acostumbrado a vivir y trabajar con gente humilde. De joven, cuando era funcionario de una mina en Franconia, costeó de su propio peculio una escuela para la instrucción y formación de los mineros e inventó herramientas prácticas para hacer más llevadero el trabajo subterráneo.

Alexander compartía con su hermano Wilhelm la idea de que “el lenguaje forma y determina efectivamente todos nuestros actos y pensamientos.” Un pueblo no se basa en la raza sino en la lengua, que es el medio donde convergen la naturaleza y la sociedad.

Por lo tanto, fue un enemigo acérrimo de la esclavitud. Denunció continuamente los abusos de la administración colonial y del clero, la explotación de los indígenas y el tratamiento inhumano de los esclavos negros.

“Discutir sobre que nación dispensa un trato más humano a los negros significa ridiculizar la palabra humanidad y preguntar que es más agradable: que le rajen a uno el vientre o que le despellejen. Significa preguntar si España ha causado más estragos en Perú o en Venezuela y si los españoles han producido más crueldades en las Indias Occidentales que los ingleses y franceses en las Indias Orientales.”

Esa parte de mi obra –señaló Humboldt acerca de la censura de su crítica al colonialismo y la esclavitud en su Ensayo Político sobre la Isla de Cuba– me merece una importancia mucho mayor que el laborioso trabajo de los estudios astronómicos, los experimentos de intensidad magnética o los datos estadísticos.

Sin embargo, todo el prestigio e importancia que tuvieron las ciencias naturales durante el siglo XIX y después, son absolutamente impensables sin la autoridad de Alexander von Humboldt como científico y como humanista. Y aun así es su faceta humanista, la más importante para él, la que minimizamos en su legado; aun cuando su nombre sea recordado hasta en un mar lunar, es su ética la que debemos reivindicar para que el mundo sea, finalmente, un lugar mejor.

Vida Rural en Inglaterra, por W. Irving

Les dejo un ensayo de Washington Irving, patriarca de la literatura norteamericana. Pertenece a The Sketch Book.  La traducción la hice yo, así que es susceptible de mejoras.

Flatford Mill ('Scene on a Navigable River') 1816-7 by John Constable 1776-1837
Flatford Mill (‘Scene on a Navigable River’) 1816-7 John Constable 1776-1837 Bequeathed by Miss Isabel Constable as the gift of Maria Louisa, Isabel and Lionel Bicknell Constable 1888 http://www.tate.org.uk/art/work/N01273

Vida Rural en Inglaterra

 

¡Oh! Propicia para los mejores objetivos del hombre,

Propicia para el pensamiento, la virtud y la paz

¡Una vida doméstica se ha pasado en los placeres del campo!

Cowper

 

 

El extranjero que se formase una correcta opinión del carácter inglés no ha de confinar sus observaciones a la metrópolis. Debe adentrarse en el campo, debe pernoctar en pueblos y aldeas; debe visitar castillos, villas, cabañas, casas de campo. Debe vagar por parques y jardines, a lo largo de setos y calles verdes, debe vagar por las iglesias rurales, asistir a velatorios y ferias, y otros festivales rurales y lidiar con gente de todas las condiciones, con todos sus hábitos y humores.

En algunos países, las grandes ciudades absorben la riqueza y la moda de la nación. Son las únicas moradas fijas de la sociedad elegante e inteligente, y el país está habitado casi en su totalidad por campesinos burgueses. En Inglaterra, por el contrario, la metrópolis es un simple lugar de reunión, o cita general, de las clases educadas, donde dedican una pequeña parte del año al correr de la alegría y la disipación, y, habiendo disfrutado de esta especie de carnaval, regresan de nuevo a los hábitos aparentemente más agradables de la vida rural. Por lo tanto, los diversos órdenes de la sociedad se esparcen en toda la superficie del reino, y los barrios más alejados son conocidos en los diferentes estratos.

Los ingleses, de hecho, están fuertemente dotados de un sentimiento rural. Poseen una viva sensibilidad hacia las bellezas de la naturaleza y un gran entusiasmo por los placeres y tareas del campo. Esta pasión parece inherente a ellos. Incluso los habitantes de las ciudades, nacidos y criados entre paredes de ladrillo y calles bulliciosas, se adentran fácilmente en los hábitos campestres, evidenciando su tacto para las tareas rurales. El comerciante tiene su plácido retiro en las cercanías de la metrópolis, donde a menudo muestra tanto orgullo y celo en el cultivo de su jardín de flores, como en la maduración de sus frutos, como lo hace en la conducción de su negocio, y el éxito de una empresa comercial. Incluso aquellos individuos menos afortunados, que están condenados a pasar sus vidas en medio del ruido y el tráfico, se las arreglan para tener algo que les recuerde el aspecto verde de la naturaleza. En los barrios más oscuros y lúgubres de la ciudad, la ventana del salón se asemeja con frecuencia a un banco de flores; Cada rincón donde se pueda sembrar tiene su parcela de hierba y su lecho de flores; y en cada plaza un parque de imitación, con un diseño pintoresco que brilla con un verdor refrescante.

Aquellos que ven al inglés únicamente en la ciudad tienden a formarse una opinión desfavorable de su carácter social. O está absorto en los negocios o está distraído por los miles de compromisos que disipan el tiempo, el pensamiento y el sentimiento en esta gran metrópolis. Tiene por lo tanto, muy comúnmente, una mirada ansiosa y abstraída. Dondequiera que esté, está a punto de irse a otro lugar; en el momento en que está hablando sobre un tema, su mente está divagando hacia otro; y mientras realiza una visita amistosa, está calculando cómo economizará el tiempo para hacer las otras visitas agendadas en la mañana. Una metrópolis inmensa, como Londres, está calculada para que los hombres sean egoístas y poco interesantes. En sus reuniones casuales y transitorias, pueden ocuparse brevemente de los lugares comunes. No muestran sino las frías superficies del carácter, sus cualidades ricas y geniales no tienen tiempo para entibiarse en la corriente.

Es en el campo que el inglés adquiere sus sentimientos naturales. Se libera alegremente de las frías formalidades y civilidades negativas de la ciudad; abandona sus hábitos de tímida reserva, y se vuelve alegre y de corazón libre. Se las ingenia para reunir a su alrededor todas las conveniencias y elegancias de la vida educada, y desterrar sus restricciones. Su sede en el campo cumple todos los requisitos, ya sea un retiro para estudiar, placer elegante o ejercicio campestre. Libros, pinturas, música, caballos, perros e implementos deportivos de todo tipo, están disponibles. No impone restricciones ni a sus huéspedes ni a sí mismo, sino que un auténtico espíritu de hospitalidad proporciona los medios de disfrute y permite que cada uno participe de acuerdo a su preferencia.

El gusto de los ingleses en el cultivo de la tierra, y en lo que se llama jardinería paisajística, no tiene rival. Han estudiado la naturaleza con atención y han descubierto un sentido exquisito de sus hermosas formas y combinaciones armoniosas. Esos encantos, que otros países prodigan en soledades salvajes, se hallan aquí reunidos en torno a la vida doméstica. Parecen atrapar su gracia tímida y furtiva, y esparcirla, como por encanto, sobre sus viviendas rurales.

Nada puede ser más imponente que la magnificencia del paisaje del parque inglés. Céspedes extensos que se extienden como hojas de vívido verde, con aquí y allí grupos de árboles gigantescos, que amontonan ricas pilas de follaje: la solemne pompa de las arboledas y claros del bosque, con los ciervos en tropel en rebaños silenciosos; la liebre, huyendo hacia lo oculto; o el faisán, que de repente estalla al vuelo; el arroyo, que aprendió a plegarse en meandros naturales o a expandirse en un lago espejado; el aislado estanque, que refleja los árboles temblorosos, con las hojas amarillas durmiendo sobre su pecho, y la trucha vagando sin miedo por sus aguas límpidas; Mientras que un templo rústico o una estatua selvática, enmohecida por los años, le da un aire de santidad clásica al aislamiento.

Estas son solo algunas de las características del paisaje del parque; pero lo que más me deleita es el talento creativo con el que los ingleses decoran sus hogares sin la ostentación de la clase media. La habitación más grosera, la parcela menos prometedora y más escasa del lugar, en manos de un inglés de buen gusto, se convierte en un pequeño paraíso. Con un buen ojo para discernir, abraza de inmediato sus capacidades, e imagina en su mente el paisaje futuro. El sitio estéril se convierte en belleza bajo su mano; y, sin embargo, las operaciones artísticas que producen el efecto son muy sutiles. Cuidar y formar algunos árboles; podar cautelosamente los demás; distribuir bien las flores y plantas de follaje tierno y gracioso; añadir una pendiente de hierba de terciopelo verde; abrir parcialmente un atisbo azul en la distancia, o al brillo plateado del agua: todo esto se maneja con un tacto delicado, con una asiduidad eterna pero serena, como toques mágicos con los que un pintor termina su cuadro favorito.

 

Que en el campo residan personas refinadas y acaudaladas ha difundido una cuota de buen gusto y elegancia en la economía campestre, que desciende hasta la clase más baja. El propio trabajador, en su casa de campo con techo de paja y su angosta porción de tierra, se ocupa de embellecerlas. El seto recortado, la parcela de césped frente a la puerta, el pequeño lecho de flores enmarcado en una maceta, la viga de madera afirmada contra la pared, los brotes que penden sobre la celosía, la maceta de flores en la ventana, el acebo, plantado providencialmente alrededor de la casa, para engañar a la tristeza invernal, dándole una apariencia de verde verano que anima el hogar: todo esto revela la influencia del buen gusto, que fluye desde fuentes altas y que impregna los niveles más bajos de la mente colectiva. Si alguna vez el amor, como cantan los poetas, se deleita en visitar una casa de campo, debe ser la casa de un campesino inglés.

 

La afición por la vida rural entre las clases superiores de los ingleses ha tenido un gran y saludable efecto sobre el carácter nacional. No conozco una raza de hombres más fina que los caballeros ingleses. En vez de la suavidad y afeminamiento que caracterizan a los hombres de rango en la mayoría de los países, ellos exhiben una unión de elegancia y fuerza, robustez en la figura y frescura de tez, que me inclino a atribuir a su vida al aire libre, persiguiendo con tanto entusiasmo las estimulantes recreaciones del campo. Este intenso ejercicio también produce un sano tono de mente y espíritu, y una virilidad y simplicidad de modales, que incluso las locuras y disipaciones de la ciudad no pueden pervertir fácilmente, y jamás pueden destruir completamente.

También en el campo, los diferentes órdenes de la sociedad parecen acercarse más libremente, estar más dispuestos a mezclarse y operar favorablemente entre sí. Las diferencias entre ellos no parecen ser tan marcadas e intransitables como en las ciudades. La forma en que la propiedad ha sido distribuida en pequeñas fincas y granjas ha establecido una gradación regular del noble, a través de los estratos de la nobleza, los pequeños propietarios de tierras y los agricultores sustanciales, hasta el campesinado obrero; y aunque así se han unido los extremos de la sociedad, cada rango intermedio ha adquirido cierto espíritu de independencia. Esto, debo confesar, ya no ocurre tan a menudo como antes. Las fincas más grandes, en los últimos años de angustia, absorbieron a las más pequeñas y en algunas partes del campo casi aniquilaron a la vigorosa raza de los pequeños agricultores. Estos, sin embargo, creo, son simples interrupciones en el sistema general que he mencionado.

En el trabajo rural no hay nada malo o degradante. Conduce al hombre entre escenas de grandeza y belleza naturales; lo libra al funcionamiento de su propia mente, operada por las influencias externas más puras y elevadoras. Tal hombre puede ser simple y rudo, pero no puede ser vulgar. El hombre refinado, por lo tanto, no encuentra nada de repugnante en una relación con los órdenes inferiores en la vida rural, como lo hace cuando se mezcla casualmente con los órdenes inferiores de las ciudades. Él deja a un lado su distancia y reserva, y está feliz de renunciar a las distinciones de clase y de participar de los goces auténticos de la vida común. De hecho, las mismas diversiones del campo reúnen cada vez más a los hombres; y el sonido del sabueso y el cuerno combinan todos los sentimientos en armonía. Creo que esta es una gran razón por la cual la nobleza y la alta burguesía son más populares entre las órdenes inferiores en Inglaterra que en cualquier otro país; y por qué estos últimos han soportado tantas presiones excesivas y extremas, sin quejarse por lo general, de la distribución desigual de la fortuna y el privilegio.

A esta mezcla de sociedad cultivada y rústica también se le puede atribuir el sentimiento rural que atraviesa la literatura británica; el uso frecuente de ilustraciones de la vida rural; esas descripciones incomparables de la naturaleza que abundan en los poetas británicos, que han continuado desde «La flor y la hoja» de Chaucer, y han traído a nuestros estantes toda la frescura y fragancia del paisaje cubierto de rocío. Los escritores pastorales de otros países parecen haber hecho una visita ocasional a la naturaleza y conocer sus encantos generales; pero los poetas británicos han vivido y se han deleitado con ella, la han cortejado en sus lugares más secretos, han observado sus más pequeños caprichos. El rocío no podría temblar con la brisa, una hoja no podría rozar el suelo, una gota de diamante no podría sonar en la corriente, la fragancia no podría ser exhalada por la humilde violeta, ni una margarita podría desplegar sus tonos carmesí hasta la mañana, pero todo ha sido observado por estos observadores apasionados y delicados, y escritos con una ética bellísima.

El efecto de esta devoción de las mentes refinadas por las actividades campestres ha sido maravilloso para el campo. Una gran parte de la isla es bastante llana, y sería monótona, si no fuera por los encantos de la cultura: pero está adornada y enjoyada, por así decirlo, con castillos y palacios, y bordada con parques y jardines. No abunda en grandes y sublimes perspectivas, sino más bien en pequeñas escenas hogareñas de descanso campestre y apacible cobijo. Cada antigua casa de campo y cada cabaña con musgo es un cuadro, y como las carreteras se vuelven sinuosas continuamente y la vista está cerrada por arboledas y setos, el ojo se deleita con la continua sucesión de pequeños paisajes de cautivante belleza.

Sin embargo, el gran encanto del paisaje inglés es el sentimiento moral que parece invadirlo. Se asocia en la mente con ideas de orden, de calma, de principios sobrios bien establecidos, de usanzas antiguas y costumbres eclesiásticas. Todo parece ser el resultado de siglos de una existencia normal y pacífica. La iglesia de arquitectura remota, con su entrada baja pero extensa; su torre gótica; sus ventanas ricas en tracería y vitrales, preservada escrupulosamente. Sus majestuosos monumentos de guerreros y antiguas dignidades, ancestros de los actuales señores de la tierra, sus lápidas que registran continuas generaciones de vigorosa caballería, cuya progenie aún ara los mismos campos, y se arrodillan ante el mismo altar. La casa parroquial, un cúmulo pintoresco e irregular, algo anticuada, pero restaurada y modificada al antojo de muchos siglos y moradores: el estilo y el sendero que conduce desde el patio de la iglesia, a través de los bellos campos, y a lo largo de los setos sombríos, según un antiguo derecho de paso. El pueblo vecino, con sus venerables cabañas, su indómito verdor protegido por árboles bajo los cuales sus ancestros se han lucido; la antigua mansión familiar, apartada en un pequeño dominio rural, pero vigilando protectoramente la escena circundante: todas estas características comunes del paisaje inglés evidencian la seguridad tranquila y estable y la transmisión hereditaria de virtudes hogareñas y vínculos locales, que hablan de manera profunda y conmovedora sobre el carácter moral de la nación.

Es agradable el domingo por la mañana, cuando la campana envía su discreta melodía a través de los campos serenos, ver a los campesinos en sus mejores galas, con rostros rubicundos y una humilde alegría, atestados tranquilamente en los verdes senderos de la iglesia. Pero es aún más bonito verlos por la noche, reuniéndose a las puertas de sus casas de campo, y aparecer exultantes en la apacible y bella morada que sus propias manos han creado.

Es esta tregua de afecto dispuesta en la escena doméstica, este dulce sentimiento hogareño, que es, después de todo, el padre de las virtudes más firmes y los placeres más puros.

 

 

 

 

 

 

 

Teorías Conspirativas sobre Arthur Conan Doyle

Se trate de un ejercicio metaficcional de los lectores, o de algún maligno azar, últimamente ciertos maestros de la literatura ven sus identidades distorsionadas. Ahí tenemos esa teoría conspirativa que formula que Shakespeare y Cervantes eran la misma persona.

Pero más sorprendente aún, es el caso de Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes. Su fama literaria no lo salvaría de ser centro de graves acusaciones.

 

Arthur fue médico, patriota, masón y espiritista. La muerte de su hijo tras la primera Guerra Mundial, lo llevó a volcarse en el esoterismo. Creía en la magia y en hechos paranormales. En su necesidad de creer que lo sobrenatural está presente en este mundo (algo que jamás aceptó su personaje más célebre), defendió la veracidad de las hadas de Cottingley. Un fraude elaborado por dos niñas, con recortes de papel sujetos por alfileres para sombreros y cierta habilidad para el montaje fotográfico. Con la misma ingenuidad, defendió las fotografías de fantasmas trucadas por William Hope. Asombra que quien nos diera un detective tan astuto, fuera tan cándido.

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Algunos, más desconfiados, especularon que fue Arthur Conan Doyle el artífice de un fraude que desconcertó a los científicos por décadas. Charles Dawson era un arqueólogo amateur, famoso por su habilidad para encontrar fósiles (un periódico de la época lo apodó “el mago de Sussex”). Su talento le valió ser admitido como miembro de la Sociedad de Anticuarios de Londres. En 1908 un trabajador de la cantera de Piltdown encontró lo que parecía un cráneo humano, y se lo hizo llegar a Dawson. Cuatro años más tarde presentó el supuesto cráneo del “eslabón perdido”, el cual habría vivido hace 500 mil años. Estaba compuesto por el cráneo que apareciera en 1908, y otros fragmentos que había recolectado en los años siguientes. El hallazgo interesó mucho a Arthur Smith Woodward, director del departamento geológico del Museo Británico. Ambos visitaron la cantera, encontrando más restos óseos. Smith Woodward afirmó que la mandíbula (que el describió como “idéntica a la de un chimpancé joven”), y el cráneo casi humano eran la prueba del eslabón evolutivo entre el simio y el humano moderno. El Hombre de Piltdown fue cuestionado y celebrado por igual, y el debate sobre su autenticidad no paró de crecer, hasta que en 1953 se determinó que era un fraude. Para hacer el fósil se usaron la calavera de un hombre medieval, la mandíbula inferior de un orangután de quinientos años de antigüedad, y dientes de chimpancé. Fueron tratados con una solución de hierro y ácido crómico, para aparentar antigüedad. Las sospechas recayeron en Dawson, pero también en otras personalidades de la época: Pierre Teilhard de Chardin, Arthur Keith, Martin A. C. Hinton, y Arthur Conan Doyle.

Este último jugaba al golf en esa área e incluso lo había llevado a Dawson en su coche. Sus motivos habrían sido mofarse de los evolucionistas así como de los científicos que desdeñaban sus creencias esotéricas. Pero en realidad, si alguien tuvo la pericia para falsificar el cráneo, y la ambición de llegar a ser reconocido por la comunidad científica de la época, ése era Dawson.Piltdown_gang_(dark)

 

La siguiente acusación es más grave que el fraude. El asesinato de su amigo, el escritor y periodista Bertram Fletcher Robinson. Con el único fin de enterrar el secreto acerca del verdadero autor de “El sabueso de los Baskerville”. Conan Doyle habría tenido un amorío con la esposa de Fletcher y la habría persuadido para que lo envenene. Esta teoría fue impulsada por Rodger Garrick-Steele, un ex psicólogo, convertido en investigador aficionado. Once años de “estudios” a correspondencia privada, testamentos y certificados de defunción dieron como resultado un libro de 446 páginas (La casa de los Baskerville). En él Garrick-Steele traza un Conan Doyle calculador, perseguido por la inseguridad de no ser el autor de su obra más reconocida. Sería Fletcher quien habría escrito el original, a pedido de Conan Doyle. Abrumado por el éxito de la novela, temeroso de que su amigo revelara su autoría, el escocés habría tramado junto con su amante la muerte de Fletcher. Como prueba más contundente se señala que hay sospechosas similitudes entre una novela escrita por Robinson en 1900, Aventura en Dartmoor, y El sabueso de los Baskerville, firmada por Conan Doyle un año después. En la primera edición de “El sabueso…”, Conan Doyle le agradece a Robinson “la ayuda que me ha prestado durante la evolución de la novela”. Esta dedicatoria fue eliminada de las siguientes ediciones. Tal fue la insistencia de Rodger Garrick-Steele, que logró que se exhumaran los restos de Fletcher Robinson. La causa oficial de muerte del periodista fue una fiebre tifoidea, pero para Garrick-Steele fue el láudano el causante del deceso. Lo cierto es que en 2006, los restos de Fletcher fueron analizados, y no hubo rastro de veneno alguno.

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Por último, y por lejos la más espeluznante de las acusaciones, son los crímenes de Whitechapel atribuídos a Arthur. Para algunos ripperólogos las muestras caligráficas de las cartas firmadas por Jack el Destripador coinciden con la letra de Conan Doyle. Para completar el perfil suman sus conocimientos de medicina, su infancia difícil (su padre era alcohólico), y la relevancia que cobraban sus obras a los ojos del público, que veía en su realidad cotidiana hechos que parecían salidos de una historia de Sherlock Holmes.

Resulta paradójico cómo la propia fascinación por el misterio, termina agraviando la memoria de uno de los autores más importantes del género.

El héroe, espejo de la realidad

Si partimos del pensamiento carlyleano, podemos afirmar que cada época tuvo o tiene su héroe. Obviamente el historiador Thomas Carlyle (1795-1881) se refería a los héroes de la realidad y no a los ficticios y sin embargo, el culto heroico de la ficción no hace más que reflejar la realidad que vivimos.

Si el victoriano Carlyle hubiera vivido un poco más, habría visto cómo se consolidaba esa nueva fuerza, que llamamos ficción; con cada nueva novela por entregas, con cada cuento. La ficción fue desde entonces – y por primera vez en la historia- un hecho.

El arquetipo del detective

Holmes And Watson

Dentro de la prolífica literatura decimonónica  nació un nuevo género: la literatura policíaca. No es casual que la novela o el cuento policial surjan en una época de grandes cambios sociales. El ritmo aceleradísimo de urbanización, el transporte colectivo, la decadencia de la aristocracia, el humo de las fábricas como una niebla eterna en barrios hacinados y mal iluminados, son propicios para el crimen. A la vez que los avances científicos, en campos como la medicina forense y la disposición de cuerpos de seguridad como Scotland Yard propician o deberían, la resolución del crimen. Por esto el héroe de la ficción de la época victoriana, y hasta los años 20 será el detective, el sabueso implacable capaz de resolver el crimen perfecto con sólo mirar un sombrero, y que tendrá como máximo exponente a Sherlock Holmes. Los detectives de la ficción son necesarios no sólo por sus extraordinarias habilidades deductivas sino porque ningún crimen queda impune. Ellos prometen seguridad.

El arquetipo del superhéroe

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Ya en los años 30, en pleno período de entreguerras y en pleno auge de la crisis, el crimen organizado y el espionaje, la figura del detective es desplazada por la del superhéroe del comic. El comic es un formato en el que convergen el texto impreso y la imagen, lo que curiosamente demuestra o anticipa la transición de lo literario a la preponderancia del universo audiovisual .El superhéroe parece ofrecer la seguridad que la policía no puede, al tener habilidades sobrehumanas aunque la inteligencia ya no sea un requisito indispensable para convertirse en un héroe de ficción. Un caso de transición sería el de Batman, que originalmente aplicaba el método deductivo para vencer a sus enemigos (al punto de llevar el apelativo del “detective más grande del mundo”).

Desde entonces sólo hemos visto diversificarse los viejos arquetipos. Hay también una fascinación por el misterio y lo sobrenatural como si esto nos abstrajera de una realidad aún más temible.

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Ahora vemos los arquetipos del detective y del superhéroe más humanizados, como ocurre en la cosmogonía alanmoorista.

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Tal vez el nuevo arquetipo sea un antihéroe, el hombre descastado que se enfrenta al establishment,  y puede que fracase en su intento por sobrevivir. La ficción es más realista que nunca. Y más desoladora. Porque ya no se trata de resolver crímenes o impedirlos, sino de sobrevivir. Porque tal vez ya nadie puede protegernos más que nosotros mismos.

 

Primavera

¡Toda la primavera dormía entre tus manos!
Iniciaste en un gesto la fiesta de las rosas
y erguiste, enajenada,
esa flecha de luz que impregna los caminos.
¡Toda la primavera!
Fervores del instante transido de capullos,
gracia tímida y leve del perfume sin rastro,
caricias que despiertan el sexo de las horas.
Brotaron de tus palmas en éxtasis gozoso
los trinos y las brisas. Y tu ademán secreto
despertó en rubores la pubertad del mundo.
¡Todo vino por ti! Porque tus manos lentas
ciñeron brevemente mi carne estremecida,
porque al rozar mi cuerpo
despertaste una flor que trae la primavera.
Ernestina de Champourcin

Plagios Literarios

Recientemente leí un cuento corto del escritor estadounidense O. Henry (1862-1910) titulado El Regalo de los Reyes Magos y publicado en 1905.
En la historia, Delia y Jim están casados y se aman mutuamente. Es Navidad y ella quiere obsequiarle un lindo regalo a su marido pero no cuenta con el dinero suficiente. Así que se le ocurre vender su hermosa cabellera para comprarle el regalo; una elegante cadena de reloj, de platino. Cuando llega la noche, su marido se sorprende al ver que Delia se ha cortado el cabello, puesto que el regalo que él le ha comprado, eran unas peinetas de carey, y para ello ha tenido que vender su reloj.
Me recordó demasiado a un cuento que leí cuando era niña, de la autora argentina Elsa Bornemann (1952-2013), claramente posterior. Este cuento –Solamente los que se Aman- narra como Archi y Sabina, dos adolescentes o pre-adolescentes que están secretamente enamorados el uno del otro, compran los mutuos regalos de Navidad. Archi vende su pecera para regalarle a ella su ansiado moño, y ella vende su cabello para comprarle a Archi los peces que tanto quería.
¿Es una coincidencia o un plagio?
Otro caso de cuentos “repetidos” en la literatura, es el de Una Cama Sumamente Extraña de Wilkie Collins, publicado en 1852. El título es sumamente emblemático, como es sumamente extraña la coincidencia con el relato de Joseph Conrad, La Posada de las Dos Brujas escrito en 1913. En ambos se relata como en una posada hay una cama con dosel. Mediante un mecanismo que alguien acciona, el dosel baja mientras la persona duerme y lo aplasta hasta asfixiarlo; estos asesinatos eran cometidos con el fin de robar a los huéspedes. La coincidencia en una idea tan particular como es la del dosel asesino, llama mucho la atención. Cuesta creer que alguien de una imaginación tan viva como Conrad pueda haber plagiado un relato, pero también cuesta creer que Conrad no haya leído este cuento de uno de los autores ingleses más afamados. Así que ¿existe la posibilidad de que uno de los grandes maestros de la literatura haya plagiado a otro grandísimo escritor?

Enamorado de una desconocida

        “Al lector le habrá pasado más de una vez lo que a mí; apenas entreveo al paso una mujer me defino su belleza, su interés de carácter y de situación. Insisto en referirme a “situaciones” porque éstas tienen tanto o más incentivo y enamoran tanto o más que los caracteres; la visibilidad del carácter es mínima en situaciones sencillas y leves, no hay tragedia por el sólo carácter y puede haberla por solo la obra de un máximun de situación.”
Macedonio Fernández – Una Novela Que Comienza (1941)
El narrador, casi sin darse cuenta, se declara enamorado. Tres meses después de presenciar la “situación” aún recuerda a la mujer de paso vivo en el Palacio Judicial.
Se declara enamorado de la situación, la situación tiempo-espacio que ella genera. Ella, con su belleza, su ímpetu, hasta con la ropa que lleva.
“La joven vestía pollera muy larga y era alta, por lo que sus movimientos llenaban más la escena (…) tenía que caminar la señorita con gran ligereza y lo hacía con una acción de gran vivacidad y apropiación.”
Lo que para otros hubiera sido invisible -ya que los incentivos son diferentes para cada individuo- para él es demasiado visible.
No es difícil deducir, o al menos imaginar, cierta personalidad acorde a cierta fisonomía, a cierto lenguaje corporal y a determinado atuendo, para cualquiera con un poco de inteligencia e intuición.
No se conocen previamente, no han cruzado una sola mirada, pero él ha tenido tiempo suficiente de observarla muy de cerca, deduciendo los rasgos positivos de la mujer, inherentes a la situación.
Por lo tanto, ella, sin saberlo, tuvo un instante que sólo él consideró de esplendor, un instante que él no esperaba vivir.
En la escena, él acompaña (sin asunto propio) a un amigo abogado. Ella (con asunto propio) se esfuerza en acompañar a un caballero alto, rubio. La multitud, no es testigo, sino la “prueba tangible” de que lo que sucede es real.
La tragedia
Algo parecido ocurre en “El Difunto” de Eça de Queiroz, cuando el protagonista se enamora de una dama rubia que ve durante la misa.
El joven se escapa de la misa, pensando que en su corazón la Virgen fue menos ante aquella mujer “cuyo nombre y cuya vida ignoraba y tan sólo sabía que por ella daría vida y nombre, si ella se rindiera por tan incierto precio.”
Esta historia transcurre en el siglo XV, por lo cual la joven encarna los ideales de la época. Cinco siglos después, los valores han cambiado. La mujer que describe Macedonio encarna otros ideales. Sin embargo ambas mujeres cumplen un deber. Una está en el Palacio Judicial, la otra en la Iglesia.
Ambas tienen el paso majestuoso, pero no arrogante. Ninguna sospecha que alguien las mira, tan abstraídas las dos.
Pero es la dama del Palacio Judicial la que, al igual que la Beatriz de Alighieri, encarna un amor que no le corresponde. Él ama la situación única e irrepetible que ella generó.
Así como el amor a Beatriz le correspondía a Dios, el amor a esta joven se ha quedado en un recuerdo, un instante que es la tácita tragedia y felicidad del narrador.
Un recuerdo que, tres meses después, hace y rehace en su memoria. Recupera los segundos, los desempolva y describe como a cada curva, para llegar a aquella oficina.

Chesterton y Los Intocables de Eliot Ness

Creo que hay un homenaje implícito al libro de Chesterton, “El Hombre que fue Jueves” (1908) en el guión de “Los Intocables de Eliot Ness” (1987) escrito por David Mamet.
La primera escena en la que se encuentran Jimmy Malone (Sean Connery) y Eliot Ness (Kevin Costner) es en un muelle de Chicago. Esta escena recuerda al capítulo en que Gabriel Syme decide unirse a la policía. Eliot Ness ya es un policía, pero el encuentro los empuja a ambos a cumplir con su destino. Chesterton escribe:
“Gabriel Syme no era un detective que pretendiera pasar por poeta: era realmente un poeta que se había hecho detective. Su odio a la anarquía no era fingido. Era Syme uno de esos hombres a quienes la aterradora locura de las revoluciones empuja, desde edad temprana, a un «conservatismo» excesivo. Este sentimiento no provenía de ninguna tradición: su amor a la respetabilidad era espontáneo, y se había manifestado de pronto, como una rebelión contra la rebelión.”
Y Eliot Ness es un poeta que se ha hecho detective por su odio al crimen organizado, a la corrupción. Ha visto atentados dinamiteros, como los ha visto Syme.
“Paseaba por las orillas del Támesis, mordiendo con amargura su mal tabaco y meditando en los progresos del anarquismo, y no había anarquista dinamitero de aire más salvaje ni más solitario que él. ‘El Gobierno, se decía, lucha solo, y en situación desesperada’. (…) Entre sus contraídos dientes, llevaba un cigarro negro, largo, delgado, comprado en el Soho por dos peniques. Cualquiera lo hubiera tomado por un ejemplar de aquel anarquismo al que había declarado una guerra santa. Probablemente por eso se le acercó un policía del muelle y le dio, como al descuido, las buenas noches.”

eliot cigar

En este punto de la trama tiene lugar una conversación que lleva al poeta a “convertirse” en detective y a Ness a reclutar a Malone, y junto a Stone y a Wallace formar “Los Intocables” un grupo que lucha contra el crimen organizado. Cabe destacar que el agente Wallace parece inspirado por el Hombre de las Gafas, el Dr. Bull de El Hombre que fue Jueves.
Eliot Ness es entonces el Gabriel Syme de esta historia. Es el arquetipo del poeta. “El poeta que ama siempre lo finito.”
Por eso Ness, que podría haber tenido un espíritu de filósofo y limitarse a pensar la forma de derrotar a Al Capone, y delegar la acción en otros, pero elige la acción concreta, se arriesga por una victoria que sabe, es utópica, pero la cree posible. Y la hace realidad. Es un poeta, un apasionado por la justicia.

malone medalla xica

Por otra parte Jimmy Malone, el policía irlandés, como buen irlandés es católico, devoto de San Judas Tadeo -patrono de las causas imposibles-. A lo largo de la película portará su medalla del santo y tras la muerte de Malone, Ness queda en custodia de la medalla, que luego lega a Stone.
“ (Él) Hubiese querido que la tuviera un policía” le dice al entregársela.

eliot entrega

No hay que olvidar que El Hombre que fue Jueves es en el fondo una alegoría cristiana, y que si Mamet hubiera querido remitir a la obra de Chesterton, no podría haber creado un personaje más sugerente que Malone.
Como sea, tanto la película de Brian de Palma como la novela del autor inglés, son ampliamente recomendables.

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